Necesitaba escapar donde nadie supiera mi nombre ni mi historia, donde nadie me conociera, donde pudiera renovarme y ser yo de otra manera. Necesitaba salir de un laberinto que aunque tomara el camino que tomara, siempre terminaba dejándome al interior de él y que dolía día tras día.
Tuve que desmoronarme, romperme, caer para hacer algo por mí de ese calibre justo cuando pensaba que otro año más no me iría de vacaciones. Un día un amigo me dijo que llevaba mucho tiempo sin bailar a mi ritmo y eso era precisamente lo que quería. Quería irme sola, andar a mis tiempos, caminar a mi ritmo, hacer lo que se me viniera en gana sin tener que estar atenta a los gustos de otro, a los tiempos de otro, al ánimo de otro.
Una tarde me puse a ver un programa que recorría lugares de Chile, se llamaba Ruta 5, y fue ahí que descubrí el destino que quería explorar: La Patagonia. Era tan necesario cambiar de escenario y hasta de clima que no dude más, cuando el conductor de aquel programa animaba a quien estuviera viéndolo a ir a ese paraíso que estaba en Chile.
Soy muy miedosa, por eso para mí era primordial elegir un lugar seguro y corroboré mi idea cuando mi hermana, que ya había ido hace algunos años para allá, me alentó y confirmó que era un buen sitio para que yo visitara sola.
Viajar en pandemia a ratos me parecía una locura sobre todo porque debía hacer me un PCR al que le tenía terror, pero si ya estábamos saliendo de la zona de confort, lo íbamos a hacer todo hasta lograr esbozar una sonrisa al pisar el suelo de mi destino. Aparte no me gusta viajar en avión, pero debido al cierre de fronteras, el camino de 30 horas por tierra, no era una opción. Todo me llamaba a crecer de alguna manera.
Lo más complejo, aunque tengo 33 años, era decirle a mis padres que haría el viaje de esta manera: totalmente sola. Les expliqué entre lágrimas lo mucho que necesitaba este escape y que sólo quería que me apoyaran, que había tomado la decisión de que quería recorrer kilómetros caminando, dormir en carpa y cargar con mi mochila. Necesitaba ese peregrinaje, mi propio retiro espiritual de 5 días. Aunque mi mamá dio un pequeño grito cuando mencione la palabra “sola”, luego de eso sólo sentí ese apoyo incondicional que sólo los padres son capaces de dar.
Todo estaba listo. Partía al día siguiente.
Le avisé a mis amigos más cercanos mi decisión y esa noche tenía una sensación de que era lo que debía hacer, pero a la vez sentía algo de miedo. No sabía si mi viaje sería una buena experiencia o quizás un error, pero había que arriesgar.
No toda la gente que viaja sola necesita que la vida la golpee como a mi, muchos lo hacen porque comprenden que un viaje en solitario es una gran experiencia, eso me decían todos lo que iban a cumplir un sueño, a lanzarse a la aventura o simplemente a tomar unas vacaciones que fueran realmente como ellos querían.
Si tuviera que resumir mi viaje en una frase, tomaría una de la película que les mencioné al principio: “Estoy más sola en mi vida real de lo que lo estoy ahora.” O al menos así me sentía, porque en ese viaje y en los días posteriores a mi llegada de vuelta a Concepción, entendí que tengo a la gente suficiente para sentirme querida, para sentirme importante, suficiente, valorada, para sentir que muchas cosas que habían perdido sentido, lo volvían a tener.
En lo que duró mi viaje, estuve sola muy pocas veces, las que yo quise, porque desde que puse un pie en el suelo de Puerto Natales, primer destino para luego entrar al Parque Nacional Torres Del Paine, empecé a conocer gente maravillosa, gente buena, gente que quería reír contigo y darte un rato de su tiempo para compartir lo bueno de ese momento, lo bueno de ese cruce de palabras en una tierra maravillosa.
También aprendí a valorar mi soledad. Aprendí que todo lo puedo hacer sola desde despertar, tomar mi café, hasta dormir sola en una carpa, caminar kilómetros escuchando el viento, mi voz o la historia de vida de alguien que acabo de conocer. Ahora sé que puedo viajar sola, es verdad, con el miedo por ser mujer, con el miedo por ser tan ingenua, como quizás he sido en episodios de mi vida, pero confiando mucho en la mirada auténtica del otro y siguiendo la intuición cuando parece que no todo va bien.
Fueron días de paz, de transformar el dolor, de ver la magia del mundo en la naturaleza de un lugar inhóspito, de verme a mí, de sonreír porque había logrado algo que nunca pensé. Nunca en la vida me había sonreído tanto ni había hablado tanto conmigo.
El miedo, el dolor, la decepción habían sido el impulso necesario para descubrirme, para sacarme la venda, las culpas aunque fuese en ese lugar, aunque fuese de momento, aunque fuese circunstancial, pero era el primer paso para creer y sentir que puedo, que voy a poder, no hoy ni mañana, quizás tarde más de lo que creo o quizás no, pero al menos ahora tengo la certeza de que soy tan fuerte como mis pies y mis rodillas que aguantaron el peso del cuerpo por tantos kilómetros, que soy tan fuerte como mi espalda que cargó el peso de mi mochila, a pesar de que hace tiempo tiene más que ese peso sobre los hombros.
Fui para volver, me perdí, para encontrarme y de a poco así será. Doy gracias a la vida por esta oportunidad. Ahora sólo quiero viajar más sola y conocer más gente tan increíble como la de mi nuevo grupo favorito de Whatsapp.
También descubrí que cuando alguien me dice que no voy a poder, siempre puedo y que hago las cosas con más ganas aún.
Lo que más me daba miedo es que nadie me pudiera sacar buenas fotos jajaja y aunque apliqué mucha selfie, también tengo fotografías que parecen hechas por profesionales.
En otro post les contaré más del viaje en sí. Espero pronto tener más destinos, cerca o lejos, para compartir con ustedes.
“Después de perderme en la naturaleza y en mi dolor, encontré mi propia salida del bosque.”
Comentarios
Publicar un comentario
Escríbeme! Estaré encantada de leerte y responder cualquier duda o comentario