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Conocer Y Enamorarse De Chiloé, Sus Paisajes Y Su Gente


La Isla de Chiloé es la mayor del archipiélago que lleva su mismo nombre. Ubicada en la región de Los Lagos, Chiloé, es conocida por sus palafitos, viviendas cuyos pilares son troncos en el agua, sus iglesias de madera y tejuelas de alerce, su gastronomía, sus mitos y leyendas.

Hace tiempo quería conocer esta isla, ver con mis propios ojos sus paisajes en una travesía improvisada, sin saber dónde me caería la noche, ni que iba a conocer al siguiente día, ni si tendría transporte público para llegar a los lugares que se me iba ocurriendo conocer.

Este viaje lo realicé en septiembre y afortunadamente, tuve días muy bonitos y la poca lluvia fue intermitente. Sé que cualquier época es buena para viajar, por eso quiero dejarles los datos y mi experiencia de lo que conocí, que anticipadamente debo decir, me enamoró, porque Chiloé es mágico, es misterioso, es bondad en su gente cariñosa, es verde, azul, casitas de colores y escasas construcciones en altura, algo que se agradece, sobre todo cuando vienes de una ciudad que crece y crece hacía arriba como Concepción.

Debo decir, antes de relatar mi travesía, que este viaje fue en todo austero. Viajé en bus, me hospedé en casas de gente chilota, tomé transporte público de un lugar a otro, hice dedo y los lujos simplemente fueron algunos en comida, pero con todo eso agradezco viajar liviano e improvisado porque eso hizo que todo fuese auténticamente maravilloso y bien vivido.

Tomé un bus desde Concepción a Castro y desperté para ver cómo cruzábamos el canal de Chacao, pero era muy temprano y como todos dormían, no pudimos bajar a la cubierta del transbordador para ver ese acontecimiento que llevaba postergando en mi vida. Finalmente fue de vuelta a mi ciudad que desde cubierta vi el canal en todo su esplendor.

A las 8 de la mañana estaba en Castro. Me recibieron las ruidosas bandurrias y la Iglesia San Francisco, amarilla e imponente, además del mall de la ciudad. Sin duda un edificio que contamina lo bello del paisaje. Recorrí algunas calles y luego volví al terminal rumbo a Dalcahue, pero ese día la locomoción no era óptima así que con una pareja de argentinos nos dividimos el costo de un taxi para llegar a esa hermosa ciudad. Por mí viviría allí toda la vida.

Dalcahue y un poco de Isla Quinchao

Dalcahue es hermoso, sobre todo en un día de cielo azul donde son pocas las nubes que lo cruzan. El taxi me dejó frente al mercado de Dalcahue, conocido por su arquitectura y porque allí se desarrolla totalmente el turismo. En el mercado puedes pasear y mirar las artesanías chilotas, principalmente en lana de oveja para luego entrar a degustar algún caldillo de mariscos, una merluza con papas mayo, asado de cordero y los famosos milcaos y chapaleles, entre otras preparaciones.



La costanera  de la ciudad es hermosa para recorrerla y tiene una vista a la isla Quinchao. Hay lugares donde el canal de Dalcahue ofrece un color turquesa entre las embarcaciones que flotan. La blanca Iglesia de Dalcahue, llamada Nuestra Señora de los Dolores, es una de las 16 Iglesias chilotas que son parte del Patrimonio Mundial de la Unesco desde el 2000 y tuve la oportunidad de visitarla por dentro, pues justo había una misa. Así pude apreciar la belleza interior de esta capilla, que yo sólo conocía por televisión debido a las numerosas escenas de La Fiera , teleserie chilena, que se grabaron en ese lugar.


Como anécdota no pude dejar de visitar frente a la costanera, la mítica casa de los personajes de Rosita y Ernesto en La Fiera, que para los chilenos son unos de los personajes más recordados de las producciones nacionales para la televisión.



Como mencioné antes, desde Dalcahue se ve la Isla de Quinchao y desde el mercado, mientras comía, divisé en ella una hermosa Iglesia de tejuelas que me llamó la atención porque a diferencia de la Iglesia local, las tejuelas estaban al natural, es decir color madera, así que averiguando como cruzar, simplemente llegué donde estaba el ferry, que sale cada poco y que tiene viajes de ida y vuelta hasta eso de las 9 o 10 de la noche.

Yo con mi mochila crucé gratis en el ferry, pues allí sólo pagan los vehículos pero no los turistas a pie. El viaje es bastante corto, pero tiene esa magia de ir cruzando el canal de Dalcahue mientras el viento sopla en tus oídos.

Al llegar a la isla Quinchao, lo lógico era haber tomado el bus que recorre la isla, pero desafortunadamente por estar pendiente de un gato, el bus simplemente se me pasó y como había tiempo, la opción fue ponerse a caminar. Aunque pensé que sería eterno el tramo, la verdad es que se me hizo sencillo y agradable. 

Tras caminar por la calle principal y entrar por la derecha a una calle donde destacaban los campos verdes, y las ovejas cada tanto, llegué al Mirador Changüitad donde la vista, como en todos lados, era preciosa.


Saliendo de ese camino al que entré, y siguiendo por el principal, una señalética indicaba que ahora siguiendo una camino por la izquierda se llegaba a la Iglesia de San Javier, que era la que yo había visto desde Dalcahue. Esta Iglesia es hermosa porque sus tejuelas conservan su color natural. El entorno es deslumbrante, tanto que salieron a recibirme gallinas, chancho y perros.

La Iglesia de San Javier, si bien no es patrimonio de la Unesco, tiene un clima misterioso y hermoso ya que está en un entorno verde y frente a una playa de piedras donde la paz te envuelve. Al lado del terreno de la Iglesia, se ubica el cementerio del mismo nombre y como me gusta visitar esos lugares, no dudé en entrar pero un pájaro, del que no sé el nombre, no dudo ni un minuto en volar hacía mi cabeza al menos 3 veces, así que salí arrancando del lugar jajaja.


Tras visitar la iglesia, había que devolverse a Dalcahue donde pasaría la noche en la casa de una pareja de chilotes. Había que caminar de vuelta ya que había sido muy agradable, pero a menos de medio camino, dos amigos chilotes medios entonados por fiestas patrias se ofrecieron a llevarme, no sólo hasta el ferry, sino que hasta la Iglesia de Dalcahue y acepté sin miedo, mientras hablábamos de los mitos y leyendas de Chiloé, algo en lo que ellos creían mucho. Fue un regreso divertido y donde me quedó claro que la gente chilota es de otra madera, incluso con tragos en el cuerpo. La clave estaba en confiar y conocer a todo chilote y chilota que se me cruzara en el camino y que me diera buena vibra.

La casa en la que me quedé esa noche era tremendamente acogedora, al igual que sus dueños. De hecho al llegar conversé mucho rato, mientras tomaba once, con don Sergio que me contó de su vida, de su oficio de pescador, de su matrimonio y por supuesto de la maravillosa tierra en la que nació.

Cascadas de Tocoihue, Isla de Las Almas Navegantes Y Tenaún

El segundo día, el objetivo era conocer lass Cascada de Tocoihue. Para ello tomé un bus con destino a Tenaún, pero nos bajamos justo en el desvió que indica el lugar donde se deben caminar 2 o 3 kilómetros hasta las cascadas. Lo bonito de adentrarse en estos caminos es que todo es naturaleza pura y las casitas también tienen su encanto, pues conjugan muy bien con el entorno.

Para ingresar al recinto de las cascadas hay que pagar una entrada que creo es de 1500 pesos, pero no estoy segura, y ya en el entorno natural puedes subir a un mirador donde verás las cascadas en todo su esplendor, para luego bajar y caminar hasta la cascada principal que es realmente muy linda. 

La cascada está en un entorno de vegetación nativa y el espacio está bien conservado con senderos y miradores de madera.

Cuanta la leyenda que quienes querían ser brujos, debían pasar 12 horas bajo la cascada para quitarse el bautismo católico, lo que le da un gran misticismo al lugar y que por supuesto lo hace muy atractivo para los turistas.





Sin duda las cascadas de Tocoihue son un imperdible natural de Chiloé. El lugar además cuenta con un restaurant, que si bien no tiene menús muy variados, sirve para tomar un descanso, beber algo y comer un tentempié disfrutando de la hermosa vista panorámica y del sonido del agua al caer.

Saliendo del recinto de las cascadas, puedes bajar e ir al humedal del sector donde hay un puente de madera y donde al menos yo, en esa época del año, puede observar a numerosos cisnes de cuello negro en una atmósfera de tranquilidad  y belleza natural.

Luego de eso el próximo destino era La Isla Aucar o de Las Almas Navegantes, un destino que veía a cada rato en Instagram, como si me llamara a conocerlo y que obviamente no podía dejar de visitar.

Lamentablemente no había bus ya a esa hora para llegar a dicha isla, así que la opción fue hacer dedo y viajar en la pickup de la camioneta de una familia. No se imaginan cuanto disfruté ese momento de sentir el viento golpeando fuerte mientras veía paisajes alucinantes y volcanes a lo lejos. Era todo sonrisas de la nada.

Lo único malo fue que se me pasó la señalética de mi parada y tuve que bajarme más allá, cruzando por una playa inundada donde mis pies terminaron nadando en mis zapatillas de running, porque las de trekking también estaban mojadas, pero en fin. Todo valió la pena cuando iba cruzando el puente de madera que te lleva a la Isla de las Almas Navegantes. El lugar fue bautizado así por el escritor chileno Francisco Coloane, cuya obra más famosa es El Ultimo Grumete De La Baquedano. 

La pequeña islita es hermosa y claro que tiene su iglesia y su cementerio, sus áreas verdes y su playa donde abundan los arrayanes. Desde aquí se aprecia Quemchi.

La Isla Aucar es un destino bastante turístico en la actualidad por eso fue bueno ir ya de tarde, cuando la mayoría de la gente iba en retirada. En dicha isla el viento sopla fuerte y es posible apreciar sonidos un poco intimidantes.



Tras visitar esta misteriosa y bonita isla el siguiente destino era Tenaún y nuevamente hubo que hacer dedo. Me subí a una camioneta donde iban 3 hombres trabajadores, en la que el conductor del vehículo era el más conversador. Ya en ese entonces no había miedo ni desconfianza, todo estaba saliendo muy bien. Ellos me dejaron justo en el lugar donde podía tomar un bus a Tenaún que pasaría en poco rato.

Los trayectos en la Isla Grande de Chiloé siempre son hermosos y por supuesto Tenaún también lo era. Este pueblito consta de una calle larga con dos hileras de casas una frente a otra. Las casas de una hilera tienen directamente como patio el mar y aunque no hay mucho que recorrer en ese lugar, el contraste del verde y el azul siempre son bienvenidos.

La Iglesia del pueblo es conocida como la Iglesia del Patrocinio y es parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Hoy sus colores son blanco, azul y rojo y realmente hacen que la construcción destaque en el entorno. El cementerio del pueblo está unas dos cuadras más allá de la Iglesia y se puede entrar a cualquier horario, por lo que me dio un buen susto ver ese lugar con velas prendidas por la noche. Iba derecho a entrar hasta que vi que era un cementerio que con la luz de luna se veía bastante tétrico.




Cabe destacar que en cada pueblo o lugar que visitaba siempre habían Cajas Vecinas donde podía girar dinero y pagar mis compras con tarjeta de débito.

Tenaún era mi destino para desde ahí viajar hasta la Isla Mechuque, pero no hubo suerte ya que al día siguiente no salían embarcaciones desde ahí. Sin embargo, disfruté mucho conocer ese lugar algo alejado de la civilización ruidosa.

Fue un agrado quedarme a dormir donde la señora Verónica que hace empanadas para vender a los turistas, además de arrendar habitaciones de su hogar por un módico precio de 5 mil pesos por persona. Ella amablemente sirvió once y así pude compartir con su familia donde todos eran un poco tímidos, pero buenas personas. 

Tenaún es el lugar donde las casas navegan y al llegar al pueblo puedes ver un cartel donde se describen los hitos históricos del lugar, que incluye uno que habla de la creencia de los chilotes en los brujos.


Cabe mencionar que el transporte de un lugar a otro no suele ser de menos de 1500 pesos el pasaje, pero siempre recorres tramos largos y bonitos, así que vale la pena tomar este tipo de buses donde el conductor incluso retrocede si es necesario para dejar a la gente en su parada correspondiente cuando se le olvida avisarles que ya han llegado a destino.

Parque Nacional Chiloé

Al día siguiente y con retraso, regresé a Dalcahue para poder al fin visitar desde allí la Isla Mechuque, pero debido a que se me pasó el bus de las 10 de la mañana en Tenaún, llegué muy tarde y la embarcación para llegar a dicha isla ya se había ido. No me iba a rendir con conocer ese lugar, pero el plan para ese día debía cambiar.

Así fue que desde Dalcahue partí a Castro y luego a Cucao para visitar el Parque Nacional Chiloé. El viaje fue largo y recién llegué al parque pasadas las 14:30 de la tarde.

En el Parque Nacional Chiloé se puede apreciar la vegetación y los bosques nativos típicos y hay lugares con vistas maravillosas. Lamentablemente ese día no llegué muy temprano al parque que sólo está abierto hasta las 17:00 horas y debido a ello me faltó conocer un tramo de este que da hasta la playa, pero aún así me doy por pagada por no haber perdido el día y poder conocer otro rincón de Chiloé.




La verdad es que Cucao en septiembre era un pueblo casi fantasma, así que tuve que hacerme de provisiones de comida en un negocio, donde las tres mujeres que estaban allí eran muy amables, y luego quedarme en el camping La Paloma, donde la noche costaba 30.000 pesos, pero que era la única opción que veía viable ya a esas horas.

El día había sido largo y cansador así que había que comer y luego dormir para al día siguiente levantarse temprano y emprender una nueva travesía.

Isla Mechuque

Al otro día para variar, perdí el bus que quería tomar hasta Dalcahue para el fin poder llegar a la Isla Mechuque, pero bueno, dicen que todo pasa por algo y cuando llegó el bus siguiente le pedí al conductor poder subirme mientras hacía el resto de su trayecto para que después me llevara a Dalcahue, con tanta suerte que conocí otros lugares de Cucao y al fin vi la playa de ese lugar.

El conductor de ese bus era de Talcahuano, pero llevaba años viviendo en la isla que le robó el corazón, así que sin duda ya era un chilote más, bueno para conversar y lleno de bondad.



Así como a otras personas que conocí, su vida no estaba exenta de episodios tristes, pero yo agradecía de todo corazón que al llevar tan sólo media hora de conversación la gente chilota fuese capaz de abrir su alma y su corazón a una desconocida viajera con mochila.

Ya en Dalcahue, al fin ese día si salía una embarcación a Mechuque, pero había que esperar unas horas para ello, así que lo mejor era almorzar otra vez en el marcado de la ciudad, donde hay almuerzos por alrededor de 5 mil pesos y luego ir a conocer un café frente a la costanera que se llama DecoCalen, un acogedor lugar donde no sólo puedes tomar un café acompañado de un kuchen o pie de limón, sino que también comprar alguna artesanía de emprendedores chilotes cuyos trabajos son simplemente preciosos. Yo no compré artesanías, porque quería un juego de cartas con las iglesias chilotas que estaba agotado, pero si me lleve unos deliciosos chocolates para el viaje y un licor de oro, bebida típica chilota, para beberla en un lugar especial de Mechuque.


Al fin por la tarde partimos a Mechuque y el viaje, como todos los que hicimos en bus y en barco me dejó sin aliento, por la belleza de un Chiloé con tanto verde, donde lo único que interrumpe esa belleza son las balsas de las salmoneras. Hay quienes están en contra de estas empresas por el gran mal que causan al ecosistema, pero hay quienes piensan que son una fuente de trabajo que ha servido para que muchas personas salgan adelante. 

Desde la embarcación que nos llevaba a la Isla Mechucque, llamada Niña Hermosa, pude ver a Tenaún pequeñito a la distancia, pero con su bella Iglesia coronando el pueblo. Pensamientos, emociones y distintas sensaciones se quedaron en mí en ese viaje que hice todo el trayecto en cubierta para no perderme de nada, aunque la gente chilota, acostumbrada a ese viaje, se quedaba adentro sin mostrar emoción y eso era obvio, pero yo en tanto por dentro me sentía tan feliz y en calma. 

Aunque fuera por unos días Chiloé era mi lugar en el mundo, uno que al fin me di la oportunidad de conocer y que sin duda dejó algo en mí para siempre.

Al llegar a la Isla Mechuque bajé mi mochila, mientras la otra gente bajaba provisiones para todo un mes sin ir a la Isla Grande. Adentrarse en el pueblo fue ver palafitos hermosos en torno a un puente de madera imponente. A veces no podía creer que de verdad existieran lugares tan fantásticos en el mundo.



La Isla Mechuque me recibió nublada y cuando subí por sus cerros hasta un lugar mágico con barcos de madera abandonados y una gran vista, su cielo comenzó a desprender gotas de lluvia. Al seguir subiendo y perderme intentando encontrar el lugar más renombrado de esa isla, todas las estaciones se posaron sobre mi cabeza, pero al fin al llegar el denominado Muelle de Las Islas, el cielo se abrió dando paso a un arcoíris y a nubes grises que dejaban pasar rayos de sol para poder ver ese sobrecogedor paisaje mejor de lo que hubiese podido imaginar.

Wow¡ Es sitio sí que fue alucinante. Podías ver islas grandes y pequeñas alumbradas por rayos de sol y el arcoíris acompañando todo. Estaba tan feliz y deslumbrada que abrí mi licor de oro ahí mismo y me puse a beber porque era un honor, un privilegio y un sueño, estar ahí contemplando todo con mis ojos maravillados de niña.






Ya cuando caía la noche tocó quedarse en el hostal María Humilde de la Isla Mechuque, donde su dueña me ofreció su mesa para tomar café y comer pancito. La verdad es que no me acosté muy temprano porque la conversación con esta adorable señora dio para largo, entre mitos, leyendas, accidentes atribuibles a brujería, vida chilota y religión. Esos fueron los temas de los que hablamos.

Como anécdota, tras hablar de brujos, esta señora me contó que ella hablaba por la noche así que que no me asustara y la verdad es que desde mi pieza yo la escuchaba y no pasé muy buena noche. Hablar de brujos y escuchar a una señora hablando dormida no era una buena combinación, pero a la mañana siguiente ella me ofreció desayuno con huevos de campo antes de irme y me invitó a venir con mi familia en otra oportunidad a su hostal.

Abordar la barcaza a las 7 de la mañana fue un poco triste, ver la islita hacerse pequeña a lo lejos, dejando atrás el lugar más bello que vi en mi viaje me hizo tener unas ganas terribles de no volver a Concepción, pero aún quedaban más cosas que ver en Chiloé y eso me animaba.

Ancud

Desde Mechuque volví a Dalcahue otra vez y allí también me invadió la sensación de no querer estar por última vez en esa ciudad donde había hecho más escalas de las que creí. Espero un día volver, de verdad lo espero.

Desde Dalcahue a Castro y desde Castro ese día tocaba llegar a Ancud. 

El plan de este día era llegar a las Pingüineras de Puñihuil, pero otra vez por improvisar y no saber bien las horas de salida de los buses, el plan tuvo que cambiar y ahora lo que tocaba hacer esa recorrer la ciudad. 

Primero busqué un alojamiento en la casa de una señora argentina que cobraba 10 mil pesos por persona en su hogar. Así que dejé mis cosas y salí a recorrer, pero antes que todo había que comer , así que llegué a la costanera de Ancud y entré a un local llamado Kuranton, ubicado en Arturo Prat 94. Entré y el ambiente del local era hermoso, todo antiguo, todo chilote, todo lo que se espera en un lugar como Chiloé. Me pedí un curanto, obviamente, y apenas pude con él. El mesero me advirtió que no comiera pancito antes de que me trajera el enorme plato, pero no hice caso y por eso después terminé totalmente satisfecha a medio curanto.

Creo que esa comida me salió alrededor de 10 mil pesos, pero vale la pena e incluso pueden comer de ella hasta 2 personas.


Después de eso fui a visitar el Fuerte San Antonio y San Carlos, caminando para bajar la comida, además unas playas cercanas que no estaban libres de basura, pero que ofrecían hermosas vistas panorámicas. Luego visitamos la Fundación Amigos de Las Iglesias de Chiloé, ubicada en Errázuriz 227, Ancud donde pudimos ver materiales y elementos de restauración de las Iglesias patrimoniales, maquetas de estas y saber un poco más de todas ellas.



Por la tarde hacía falta distraerse, tomarse algo rico y comer algo tan o más rico que en el almuerzo, así que me fui a Club Social Chiloé y en su patio disfruté de una hamburguesota y un calafate sour. Lo genial de este lugar es que te ponen un braserito bajo la mesa para que no pases frío y cada tanto van cambiando las brasas para que no se apague. Eso lo encontré total y digno de imitar en cada local del sur de Chile. Fue tan agradable la tarde allí. Además había un hermoso perrito que buscaba el calor y eso hacía todo más memorable.



Pingüineras de Punihuil

Al fin en este día ya sabía a que hora salía el bus a las pingüineras, lo único malo es que no había bus de regreso a Ancud, pero eso no importaba. Ya vería como me las arreglaba para volver. 

El bus sale lunes, miércoles y viernes a las 13?00 horas desde el terminal rural de Ancud, ubicado sobre el supermercado Santa Isabel de la ciudad.

El viaje en bus por la costa tenía paisajes hermosos, como todos los que hice, y al adentrarnos en los campos, la gente se bajaba del bus con todas sus provisiones para sobrevivir hasta la próxima venida a la ciudad. Lo que más me llamó la atención fue la fuerza de una señora que se bajó en su campo que quedaba colina arriba, que se cargó sus sacos de harina al hombro y se puso a caminar como si nada. Ahí supe que era verdad el dicho del cual me habían hablado, de que en Chiloé las mujeres la llevaban y que tal como en la canción popular, el hombre chilote era flojo. Eso me contaron, yo sólo lo transcribo desde mis recuerdos.

Al llegar a las pingüineras la playa deslumbraba entre los islotes cercanos. Los turistas eran pocos y el tour costaba 8 mil pesos. De Inmediato hablé con uno de los trabajadores de las embarcaciones turísticas sobre mi problema para regresar a Ancud y él amablemente me dijo que me quedara tranquila porque podía regresar a la ciudad en camioneta con de su jefe junto a los demás trabajadores.

Hubo que esperar un rato para que llegaran más turistas y realizar el tour ya que en septiembre no es temporada alta y los pingüinos son escasos, pero tenía la fe intacta de que al menos vería a uno. La navegación fue muy bonita, aunque el mar estaba picado y vimos más especies de pájaros y focas bebé, además de dos pingüinos hermosos.



Tras eso subí un cerro y arriba la vista era impresionante. A falta de poder conocer el muelle de las Almas y del Tiempo, pero si el de las Islas, además pude conocer el Muelle del Caleuche, mítica embarcación que aparece en las noches nubladas con su tripulación de hombres fantasmas que arrastran cadenas y que viven en una fiesta eterna, por lo que hay gente que dice haber escuchado su música. 

Ya en ese muelle, el clima chilote mostraba su magia y las nubes grises dejaban pasar rayos de sol para mostrar un mar de un azul intenso. Este lugar es mi segundo favorito del viaje y recomiendo no dejar de visitarlo si tienes la oportunidad de viajar a Chiloé. 





Ese fue el final de mi viaje por estas tierra mágicas que invitan a visitarlas con respeto, con ganas de socibilizar con su gente, con esa curiosidad que nos hace niños de nuevo y con ese asombro de sus mitos y leyendas, porque no se puede desconocer que etas tierras son especiales, que su gente cree en los brujos y las figuras mitológicas chilotas. De hecho, si eres valiente, hay tours nocturnos que te invitan a conocer los bosques del Trauco y la cueva de los brujos, pero yo prefiero quedarme con las historias de la gente, porque son las personas la gran riqueza de este sitio de casitas de colores y tejuelas, donde aún parece que no llegan muchos males del mundo externo.

Lo más bonito del viaje, aunque me quede corta entre todas estas letras, fue conocer a la gente chilota. No puedo nombrar a cada persona con la que crucé palabra, pero todos me entregaron algo especial y lo más bonito es que todos tenían una energía hermosa. Los lugares son espectaculares, pero las personas fueron lo más increíble. Estoy muy agradecida de esta aventura por tierra mágicas.

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