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Mi Cuarentena En El País De Los Que Sobran

encapuchada con mascarilla rota

Hay cosas que te parecen lejanas, cosas que crees que nunca vas a vivir. Un conflicto armado, una guerra civil, un estallido social, una dictadura, una pandemia. Tal parece que somos la generación premiada con un "vale para vivirlo todo de una vez".

Cuando el noticiario de la hora de almuerzo mostraba a una ciudad desconocida de China con un brote de una nueva enfermedad a causa de un virus, parecía irreal que esa situación pudiese darse en Chile. Veía como dentro de una potencia mundial, había gente con temor, llenando sus despensas, utilizando mascarillas en cada salida, mientras el gobierno construía con una rápidez jamás vista, centros hospitalarios para poder tratar y salvar a los contagiados de una muerte que cada vez iba por más seres humanos.

Italia caía, ese hermoso país del primer mundo estaba de rodillas suplicando que esto parase, pidiendo un milagro mientras la gente caía como moscas y nadie podía darles santa sepultura. 

Primeros casos en Latinoamérica y la preocupación brotó casi al mismo tiempo que los contagios llegaban a Chile. Al principio parecía demasiado adelantado ver gente que iba por ahí preguntado si habían mascarillas, alcohol gel y guantes, era una precaución anticipada, una exageración que a mi me causaba risa.

Pero cada vez se hacía más difícil levantarse de la cama, irse a la ducha, vestirse, tomar un café y salir de casa para ir al trabajo porque cada persona te parecía un potencial enemigo y yo misma iba por la calle esquivando obstáculos como en los videojuegos, sólo que esta vez era gente.

El cotidiano saludo de un beso en la mejilla parecía un acto suicida y cualquier estornudo o tos alertaba al cerebro a pensar que quizás pronto estarías contagiado.

Las jornadas laborales se hacían eternas, sobre todo cuando tratas con personas que para hablarte se sacan la mascarilla que llevan, que no respetan la delimitación de al menos un metro de distancia, personas que no quieres tocar, ni ver, ni oír respirar. Se hace difícil trabajar con público cuando todo lo que quieres es estar en tu casa a salvo, cero contacto.

Las tiendas del centro de Concepción bajaban sus cortinas metálicas hasta nuevo aviso, pero a veces tú debes seguir expuesta, no porque quieras, sino porque de tu trabajo vives y en algunos casos, incluso sobrevives, aunque no es el mío, pero mientras la orden de arriba no dijera lo contrario, había que seguir asistiendo a trabajar día tras día.

Ese dulce afán de estar en la calle que había despertado en muchos chilenos desde octubre del 2019 ya no estaba presente. Ahora anhelábamos estar en casa.

David, mi pareja, me iba a dejar todos los días en automóvil al trabajo para que no usara la locomoción pública, pero eso no servía si mis compañeras de trabajo o la misma gente con la que me tocaba tratar, no tenía esa posibilidad.

Al final tomar vacaciones obligadas fue la única opción, exceptuando la de presentar una licencia médica. Fue así que pude estar en mi casa una semana hasta que nos avisaron que mi lugar de trabajo no operaría hasta nuevo aviso, dejando un cúmulo de incertidumbre que pronto develaría una realidad que muchos están viviendo.

En tanto, desde que comenzaron a subir los casos de contagio por COVID-19 el presidente de Chile, el ya conocido Sebastián Piñera y el Ministro de Salud Jaime Mañalich, se dedicaron a decir en televisión que una cuarentena total no era viable por la economía y ahí supimos que en vez de un presidente, nos dirigía un gerente y que mientras nos comandaran intereses económicos, la salud, sobre todo de la clase trabajadora, importaba una mierda.

Cada día escuchar tanta barbaridad salir de la boca de estos personajes desmoraliza a cualquiera, pero bueno, ¿acaso podíamos esperar otra cosa? No debemos olvidar que venimos de una lucha de meses en que la única solución para todos nuestros problemas es básicamente una: la represión.

Aún así y porque siempre hay que mirar el vaso medio lleno, mi cuarentena de al menos una semana iba bien. La compañía de David siempre hace todo más llevadero, además tiene talento en la cocina, sabe como ayudarme a enfrentar mis días malos, me mima con berlines y nos divertimos mirando series, hablando de la vida, jugando, riendo.

No ocultaré el temor que se tiene de pasar días y días con tu pareja encerrados, ese miedo al efecto reality, pero la verdad es que incluso en esos días sensibles y a veces de mal humor que tenemos las mujeres una vez al mes, todo ha ido muy bien y salimos airosos.

Justo al inicio de esos días, algo perturbó mi calma. La empresa para la que trabajo tomó como opción ante esta crisis "la ley de protección al empleo". Sería bueno que el gobierno definiera "protección al empleo" porque la verdad es que más bien esto parece una "ley de protección de la empresa".

En fin, hay suspensión de la relación laboral y pago en un primer mes del 70% del sueldo (lo que irá siendo menos cada mes) usando la cuenta individual de seguro de cesantía y si se acaba, del fondo de cesantía solidario, por lo tanto ahora estaré segura en casa, pero siendo un poco más pobre lo que tendré que compensar con teletrabajar para mi antiguo jefe, un salvavidas que me hace agradecer por la oportunidad de sumar algo más a la billetera.

Ahora es cuando doy gracias por aprender a ahorrar, por dejar un porcentaje de mi sueldo como un pequeño colchoncito que antes era pensando en viajar y ahora lo más probable es que lo use en sobrevivir los próximos meses, pero no todos saben ahorrar o no todos pueden ahorrar y pienso en las familias, con niños, ancianos, con deudas, con remedios que comprar y comprendo que si por fortuna o decisión propia yo sólo tengo que mantenerme a mi misma, otros no corren la misma suerte.

No, el virus no mutará hasta convertirse en buena persona señor Ministro, no va a cuidar a la población si hay filas de abuelitos intentando cobrar su pensión, filas de gente afuera de AFC para hacer los trámites del seguro de cesantía, trabajadores que cada día deben exponerse a movilizarse en transporte público y gente sin criterio de una clase acomodada a la que le importa un rábano el de al lado porque no conocen otra realidad que no sea la que ven desde sus vehículos, la que ven en sus barrios de clase alta y que los lleva a plantearse la idea de que es un buen momento para irse a pasar esta pandemia a su segundo hogar en algún balneario de la zona central mientras exponen a los lugareños.

cuando veo esas imágenes de filas de automóviles intentando salir de las ciudades a pasar Semana Santa me da esa rabia que te hace sudar frío, cerrar fuerte los puños y quedarte mirando la nada con ojos nublados, con la mente puteando sin descanso.

Todos sabemos que esta enfermedad la trajo la clase alta al país, esa que puede viajar y tomar cruceros, pero que los que van a morir no lo harán en Espacio Riesco sino en los hospitales donde no hay insumos. Uno de ellos es donde está mi hermano trabajando realizando test de coronavirus en un laboratorio y no es fácil pensar en ello.

Somos el país donde la gente se cuida sola aunque no sepa usar una mascarilla porque nadie se los ha explicado y porque se sienten seguros con ella aunque la lleven bajo la nariz. Somos el país donde entre los recuperados se cuentan los fallecidos, ¿pueden creerlo?, donde el presidente se va a sacar fotografías en plena pandemia al lugar insigne de la lucha de un pueblo que está cansado de que gobierne para unos pocos. Si eso no es provocación, si eso no es indolencia puede ser falta de cerebro y de humanidad.

Lo que no nos mata nos hace más fuerte puede ser un cliché, pero si algo he aprendido al estar con una persona que mira este país con los ojos de alguien que ha nacido en uno mejor que, es que el chileno es busquilla, aperrado, te vende lo que sea y sobrevive ante la adversidad como sea, porque la adversidad es algo que viene en el ADN de muchos que nacen teniendo que ingeniárselas para comer.

Seremos más pobres, pero lo importante es que no se dé la combinación de ser más pobres y más depresivos, hay que mantener el ánimo en alto, aferrarse a quien tienes al lado para sonreír, hacernos la vida más llevadera aunque habrán días malos donde gane la ansiedad y la tensión pero eso pasará. Será un lapsus.

La clase política no va a cambiar el panorama, a ellos no les importa exponernos aunque saben que iremos a parar a un hospital público, si es que queda alguna camilla y un respirador artificial. Ellos tienen Espacio Riesco, la Clínica Alemana, nosotros la mascarilla de toalla Nova o de algodón.

De momento me despierto feliz en mi cama al lado del hombre que amo que me trae el café a la cama y se fuma un tabaco en la ventana.

Tengo unas ganas enormes de tomarme un tequila margarita en algún bar con mis amigas, de cantar hasta quedar sin voz en los ensayos del conjunto, de ver a mis papás que ya se me hacen más viejitos y también tengo ganas de seguir en la calle porque me tienen podrida los que gobiernan, de ir a la playa y dar una gran bocanada de aire, escuchar las olas romper en la orilla y valorar más la vida que es vida aunque nos tocara nacer en este país, en este oasis que siempre fue un espejismo, pero nos querían vender que estábamos bien, mientras nosotros, nuestras 45 horas y el vivir para trabajar, lo sosteníamos todo y no nos dieron ni las gracias.

Cuídense mucho, disfruten su tiempo, aprovechen esa casa que para muchos largo tiempo fue un hotel para ir a dormir después del trabajo y hoy es su hogar.

Estemos distantemente unidos porque hoy más que nunca necesitamos ser solidarios con el otro y eso se logra quedándote dentro de tus cuatro paredes.

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