En todos los países hay conmemoraciones que se han convertido en toda una tradición y de la que les hablaré hoy lleva más de un siglo y medio siendo celebrada en las caletas pesqueras de todo Chile.
Se trata de una festividad en que los pescadores celebran a su patrono, San Pedro, a quién se encomiendan cada vez que salen al mar poniendo en sus manos sus faenas.
En el Biobío la celebración se realiza en la caleta de San Vicente, donde los pescadores del lugar preparan sus embarcaciones con coloridas guirnaldas y alguna atención en comida para quienes ese día deseen concurrir a la caleta para compartir con ellos esta festividad, donde reciben a la comunidad en sus barcos para llevarlos a dar una vuelta por la bahía, donde finalmente se deja una ofrenda floral en el mar.
Aunque yo había participado de esta celebración cuando era muy niña en el mismo lugar, San Vicente, sólo tengo vagos recuerdos de aquello, por eso quise revivir la experiencia junto a mi pareja, a quien sabía le encantaría esta instancia pues siempre busca formas de conocer al Chile más profundo desde su gente más sencilla, debido a que él es extranjero.
Llegamos al mediodía del lunes 02 de julio al puerto de san Vicente donde numerosos barcos ya estaban adornados y la gente comenzaba a subir a ellos. No importaba el día con el cielo amenazante por nubes y algunas breves e intermitentes lloviznas. San Pedro y su día no iban a esperar.
Nosotros nos subimos a la embarcación Daniel I, donde la parrilla ya humeaba y corrimos a ubicarnos en la proa desde donde podíamos ver gaviotas y pelícanos reposando en un barco cercano y a los lobos de mar nadando cerca de la embarcación.
Al poco tiempo nos sirvieron empanadas de horno, cortesía de la casa ( o en este caso del barco) y con la vista que teníamos y esa delicia, mi pareja y yo ya estábamos felices.
La verdad es que tuvimos que esperar un buen rato a que todas las embarcaciones se dispusieran a salir en caravana, pero ese tiempo de espera valió la pena, pues la experiencia de salir desde la bahía con el mar azotado por el viento, lo que lograba que las olas alcanzaran un tamaño considerable para nosotros que no éramos hombres ni mujeres de mar, nos dejó una sensación indescriptible ya que en un tramo de esta aventura enfrentamos a esas olas de frente sintiendo el vaivén del barco, lo que lo hacía parecer una atracción de feria.
A su vez ese enfrentar las olas de frente me hizo pensar en la vida de los pescadores que salen a alta mar con climas a veces no muy favorables, sin saber si van a volver a sus casas junto a sus familias ya que si yo no me afirmaba del borde del barco no me podía mantener de pie.
Durante el viaje nos sirvieron asado y vino navegado delicioso para calentar el cuerpo, todo esto a cambio de nada más que estar allí.
En una parada en esta vuelta por la bahía, los pescadores comenzaron a encender bengalas de emergencia en señal de que estaban de fiesta por San Pedro, su patrono, y también lanzaron humo de colores. Siguiendo el viaje finalmente se depositaron ofrendas de flores para ya emprender el regreso hacía el puerto.
De regreso en el puerto de San Vicente la fiesta no había finalizado y bajo una gran carpa blanca se servía degustación gratis de arroz con longaniza y mariscos y también de papas con mote y mariscos, además de otros platos y preparaciones que no alcanzamos a probar, pero esos dos estaban bastante ricos.
Más tarde bajo esa misma carpa se anunció a los ganadores de los primeros lugares de la decoración de embarcaciones y fue allí cuando uno de los pescadores, cuyo barco sacó el segundo lugar, pidió el micrófono y aunque dijo varias cosas, el eje central de su discurso era pedir que fuesen más los pescadores que participaran de esta fiesta, pues la tradición se estaba perdiendo y muchos, por poco interés o por no ser católicos, ese día se restaban de la conmemoración.
Él mismo dijo ser evangélico, pero aún así se hacia parte de algo que era del rubro, una fiesta linda que sólo se realiza una vez al año.
Por mi parte quedé feliz de compartir con la gente de mar, pero a la vez quedé preocupada de ver a tan poca gente acudir al puerto este año. Creo que esto forma parte de nuestro patrimonio vivo y que en vez de ir a encerrarnos al mall cada fin de semana y feriado deberíamos sentirnos privilegiados de tener estas instancias que son tan enriquecedoras y que como bien le gusta a mi pareja, nos hacen conocer al Chile más profundo, al pueblo, a la gente humilde y trabajadora.
Ojalá el próximo año sean más los interesados.
De regreso en el puerto de San Vicente la fiesta no había finalizado y bajo una gran carpa blanca se servía degustación gratis de arroz con longaniza y mariscos y también de papas con mote y mariscos, además de otros platos y preparaciones que no alcanzamos a probar, pero esos dos estaban bastante ricos.
Más tarde bajo esa misma carpa se anunció a los ganadores de los primeros lugares de la decoración de embarcaciones y fue allí cuando uno de los pescadores, cuyo barco sacó el segundo lugar, pidió el micrófono y aunque dijo varias cosas, el eje central de su discurso era pedir que fuesen más los pescadores que participaran de esta fiesta, pues la tradición se estaba perdiendo y muchos, por poco interés o por no ser católicos, ese día se restaban de la conmemoración.
Él mismo dijo ser evangélico, pero aún así se hacia parte de algo que era del rubro, una fiesta linda que sólo se realiza una vez al año.
Por mi parte quedé feliz de compartir con la gente de mar, pero a la vez quedé preocupada de ver a tan poca gente acudir al puerto este año. Creo que esto forma parte de nuestro patrimonio vivo y que en vez de ir a encerrarnos al mall cada fin de semana y feriado deberíamos sentirnos privilegiados de tener estas instancias que son tan enriquecedoras y que como bien le gusta a mi pareja, nos hacen conocer al Chile más profundo, al pueblo, a la gente humilde y trabajadora.
Ojalá el próximo año sean más los interesados.
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