Me gustan los arrayanes. Lo que me gusta de ellos son sus troncos y ramas anaranjados y sus hojas pequeñas pero bonitas. Escribiendo este post acabo de descubrir que en Bariloche, en la llamada Isla Victoria existe un bosque hermoso de estos arboles y en este precios instante e decidido que quiero ir.
Plantar un árbol, escribir un libro (aunque quizás un blog también sirva) y tener un hijo. Vamos por parte.
Aquí en Chile he visto crecer algunos arrayanes a orillas de ríos y lagos y siempre me asombran, como a una niña porque me parecen árboles de cuento.
El verano pasado en la Feria de Arte Popular, que desde enero a febrero se realiza en Concepción, nos dirigimos con mi hermana y mi pareja a ver un sector donde sólo vendían plantas, arboles y flores. Fue ahí cuando lo vi creciendo pequeñito con hojas diminutas y un tronco marrón. No sabía que cuando eran pequeños el tronco de los arrayanes no era anaranjado.
Después de darle muchas vueltas lo compré por un precio que no recuerdo pero que me pareció bastante poco. Lo quería para tener alguna plantita que cuidar en el departamento que compartó con un amigo.
Hoy le riego y le hablo. Le doy cariño que parece recibir manifestando aquello en dar pequeños brotes de hojas verdes y brillantes que van haciéndolo más alto aunque aún es joven.
El color de su madera no cambiará pronto, su crecimiento es lento y no me apremia que crezca. Tampoco quiero aprovechar sus propiedades medicinales. Sólo quiero que esté ahí embelleciendo un rincón del departamento, nutriéndose de la tierra, el agua y el sol.
Su destino para mi está marcado y sólo hay dos opciones posibles para cuando mi árbol nativo sea más grande, una es plantarlo en un bello paisaje natural, por supuesto cerca de un río para que le de aún más belleza a ese entorno y para que otros tengan la posibilidad tal como yo he mirado a otros arrayanes fascinándome, de compartir la visión del mío.
La segunda es que si algún día llego a tener un lugar propio el se adueñé del terreno, le de sombra, le de vida, sea ese el lugar donde él eche raíces y yo también.
Mi sueño es que se haga grande mientras en mi los años también pasen, que me de sombra en el patio de mi casa o que cada fin de semana pueda ir a verlo ahí donde lo dejé.
Cada año mi arrayán crecerá unos 30 centímetros y creo que falta mucho para que su tronco sea anaranjado pero lo atesoro porque en él veo la posibilidad de dar vida a un espacio cerrado y en un futuro, quizás no muy lejano, a un lugar donde reciba de lleno la lluvia y las abejas ronden su floración, los pájaros picoteen sus bayas negras y propaguen sus semillas.
Veo en mi arrayán la esperanza de devolverle a nuestra tierra su flora endémica, sus bosques ancestrales interrumpidos por las forestales, sus pinos y eucaliptos.
Mi arrayán contiene un poco de mi, un algo que quiero dejar aquí para que trascienda.
Mi sueño es que se haga grande mientras en mi los años también pasen, que me de sombra en el patio de mi casa o que cada fin de semana pueda ir a verlo ahí donde lo dejé.
Cada año mi arrayán crecerá unos 30 centímetros y creo que falta mucho para que su tronco sea anaranjado pero lo atesoro porque en él veo la posibilidad de dar vida a un espacio cerrado y en un futuro, quizás no muy lejano, a un lugar donde reciba de lleno la lluvia y las abejas ronden su floración, los pájaros picoteen sus bayas negras y propaguen sus semillas.
Veo en mi arrayán la esperanza de devolverle a nuestra tierra su flora endémica, sus bosques ancestrales interrumpidos por las forestales, sus pinos y eucaliptos.
Mi arrayán contiene un poco de mi, un algo que quiero dejar aquí para que trascienda.
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